lunes, 5 de enero de 2009

Un hombre de los que ya no quedan


Al igual que un boxeador que sabe que ha perdido el combate, le vi luchando sin esperanza en una batalla perdida.Siento que no le conocí demasiado, por que cuando fui consciente ya existía una burbuja que le separaba del mundo y le aislaba de la realidad.
Pero estando junto a mi abuela, su compañera durante 59 años, viéndole morir en cada respiración me fue desgranado su vida a base de recuerdos. La época en la que trabajaba durante 16 horas al día en tres trabajos, para que su familia no tuviese que preocuparse por nada. Cierta guerra a la que fue sin ni si quiera ser mayor de edad y que le marco durante toda su vida. La cara que debió poner su madre cuando, después de despotricar de los militares hasta la saciedad, le dijo que se había enamorado de la hija de uno de ellos y que se iba a casar.
Mi madre pensaba que nunca supo aceptar la vida. Que tener dos hijos discapacitados le marcó y que por eso ahora tampoco era capaz de aceptar la muerte.
Es bastante triste que los últimos recuerdos que me queden de el sean su agonía y los arrebatos de violencia que que tenía en sus últimos años, mientras apenas lograba mantenerse en pie.
Sin embargo hay una en la que salimos mis padres y yo con anubis, el que hubiese sido el perro niño, y mi abuelo. En el veo cierta cara de ternura a mi lado. Sospecho que pensaba en el futuro que tenía ese niño de apenas año y medio.
Ahora ese niño de casi treinta le recuerda con cariño, a pesar de todo. De él aprendí que en esta vida nada es predecible y todo puede cambiar en un momento, que en el fondo mueres como has vivido y que, como a veces me decía, a los hombre de esta época nos ha tocado una época dura. Tenemos que saber usar un destornillador y una escoba con igual habilidad.
Sólo puedo decirte que llevaré tu nombre y tu recuerdo en lo que me quede de vida.

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